Recuerdo cuando era pequeña las broncas que me caían  si me despistaba cuando alguien, algún vecino o conocido, me saludaba y yo no contestaba. Mis padres siempre nos han enseñado que lo que realmente diferencia a una persona y un señor (o señora) es la educación, el saber estar y, sobretodo, tener en cuenta y respetar a los demás, y supongo que esas «reglas» que me dieron de pequeña las he llevado hasta su máxima consecuencia.

Mis amigas de la infancia siempre dicen de mí que la educación me pierde: tienen razón. Hace ya unos cuantos años se hospedó en casa de mis padres el sobrino raro (y más adelante me enteré que estaba obsesionado con las mujeres, por decirlo finamente) de un amigo de la familia; una noche tres amigas y yo salimos a cenar y después fuimos a casa de mis padres a ver una peli, aprovechando que solo estaba el sobrino y podíamos ocupar todo el salón. Cuando llegamos de cenar, el hombre pululaba por ahí y, por educación, le dije que íbamos a ver una peli y que si quería verla. Eran pasadas las 12, así que pensé que diría que no. Me equivoqué. El chalao se sentó en el sofá de mi padre, yo en otro y mis tres amigas apretujadas en el más lejano al hombre este, acongojadas de miedo. A día de hoy, mis amigas no me perdonan la noche que les di y me recriminan que no puedo ser tan cortés, al menos no cuando esté con ellas.

Si bien esta anécdota muestra que a veces la educación o la amabilidad para con los demás me puede, también muestra lo que pasa con los demás. En una situación como la contada anteriormente a mí nunca en la vida se me hubiera ocurrido decir que sí: hubiera dado las gracias y me hubiera marchado a mi habitación, dejando tranquilos a los demás. Me parecería una falta de educación quedarme. Pero hay mucha gente a la que no.

Y esto me lleva a lo que me ha hecho escribir esto. Estamos olvidando las normas de educación básicas. Cada vez pasa menos que en una calle donde somos 6 vecinos (la calle es muy, muy pequeña) te salude alguno. Lo mismo que en el parking de mi oficina, cuyas plazas se pueden abarcar con la vista de una sola mirada de lo pequeño que es: todos nos conocemos de vista, pero curiosamente, cuando te cruzas con algún vecino de plaza y saludas, no contesta ni el 5%. Si no contestan, ya os podéis imaginar la cantidad que de buenas a primeras saludan sin esperar a que lo hagas tú: 0. Y que conste que ni mis vecinos de casa ni mis vecinos de parking son adolescentes sino que ya son personas creciditas y algunas casi sexagenarias.

¿Tan difícil es ser educado? Yo creo que no. No estoy diciendo llevar la educación hasta un punto que te ponga en un apuro: me refiero a decir hola cuando te cruzas con alguien a quien conoces de vista. Es más, estoy harta de leer en periódicos, revistas, internet, etc, que los jóvenes de hoy en día son muy maleducados, no tienen respeto a nada… ¿Cómo lo van a tener? ¡Si ven que sus padres pasan o han pasado hasta de lo más fácil!

Para educar hay que empezar por lo más simple, e irlo complicando cada vez más. Si tú no te has levantado para ceder el asiento a alguien que lo necesita cuando llevabas a tu hijo pequeño al lado no esperes que tu hijo, cuando crezca, ceda el asiento. ¿Que no saluda cuando un vecino le dice algo en el ascensor? Pregúntate si tú has saludado antes mientras ibas con él. Y si lo has hecho y el niño no saluda, pégale bronca por no haberlo hecho y prémiale cuando lo haga. Y lo mismo con todo lo que suponga una falta de respeto hacia algo o hacia alguien.

Total, que si algún día os encontráis a una chica bajita con el pelo largo que viene o va hacia un coche gris en un parking pequeño salúdala; quizá sea yo y me alegres el día. ¿No es bonito saber que puedes poner a alguien de buen humor con un gesto tan simple?